sábado, 14 de septiembre de 2019

Poner nombre a las cosas: la importancia de las etiquetas



Recientemente tenía una conversación en la que el término "cishetero" salió a colación. Una de las personas comentó si era necesaria esta palabra (en particular una de sus raíces, "cisgénero"). ¿Hacía falta ponerle un nombre al hecho de no ser transgénero? ¿De verdad necesitábamos todos estos neologismos?, comentaba, me consta que sin ninguna mala intención. Y es que si desde su realidad, es muy comprensible que esta persona reaccionara a la palabra así: nunca había tenido la necesidad de utilizarla para designar su propia realidad, una que por lo demás es la más frecuente por aplastante mayoría. Las palabras aparecen cuando hay necesidad de ellas, y por eso tenemos una palabra para referirnos a las cosas relacionadas con la tierra o la luna, pero no hay ningún adjetivo que describa a las cosas relacionadas con el asteroide 2005 TN53, ni tampoco hay nombre para designar a las especies marinas  aún no descubiertas en las simas más hondas del océano, ni verbo para describir el sonido que hacían los dodos antes de extinguirse... Cuando le ponemos un nombre a algo, es porque necesitamos identificar esa realidad y hablar de ella.

Sin embargo, la palabra "etiqueta" ha ido adquiriendo connotaciones negativas. Sobre todo en los últimos años, se ha vuelto muy frecuente escuchar a la gente decir cosas como "a mí es que no me gustan las etiquetas", "prefiero no etiquetarme", y demás variaciones. Y lo entiendo: en ocasiones, ponerle un nombre a algo puede parecer una forma de limitarlo, de meterlo en formol y tratar de conservarlo intacto, inmóvil, inmutable. Pero pese a toda esta mala prensa que tienen, las etiquetas son necesarias y muy, muy beneficiosas, y si el movimiento LGBT, el feminismo y otras muchas corrientes sociales han avanzado tanto, es en gran medida gracias a ellas. Solo podemos hablar de aquello que tiene nombre, y solo aquello que tiene nombre existe, así que, ¿cómo se puede luchar por algo sin antes bautizarlo?  Las etiquetas dan visibilidad, y cuando algo es visible, podemos interactuar con ello.

Volviendo a la conversación a la que hacía referencia al inicio, al gual que la palabra "transgénero" era necesaria para describir una realidad que necesitaba ser identificada, la palabra "cisgénero" también lo era, porque no podemos entender una cosa sin tener en cuenta su contrario. Sólo sabemos que la luz existe porque conocemos también la oscuridad; las vacaciones tienen sentido porque el resto del año trabajamos. Si viviésemos en un perpetuo estado de ocio, obviamente no tendríamos ninguna palabra para definir el hecho de no estar trabajando, porque sería la única realidad que existiría. Si la persona de la que hablo que desconocía el término hubiese tenido que hablar, pongamos por caso, del hipotético hermano cisgénero y hetero de una mujer trans, ¿qué habría dicho? ¿Su hermano es... "normal"? Las palabras, como he defendido decenas de veces en este blog, son importantes, y rara vez inocentes.

Es muy posible que a menudo sientas que una palabra se te queda corta. Que si te defines como lesbiana, de alguna forma estarás prometiéndole al mundo que nunca te va a gustar un hombre, y eso quizá no sea cierto, porque, ¿quién sabe? Y quizás tampoco te va a gustar decir que eres bisexual, porque es una palabra que parece abarcar mucho, y no quieres que alguien piense que te gusta "todo el mundo" o algo por el estilo. Quizás piensas que las personas somo complicadas y variables, y que es mejor no meternos en estanterías, porque no somos libros. Y lo entiendo, y es cierto. Pero también es cierto que es gracias a palabras como esas que hemos podido empezar a hablar. Poniendo nombre a todo aquello que el mundo se empeñaba en ignorar, le hemos arrojado luz, lo hemos hecho visible, y ya la gente, le gustara o no, ha tenido que empezar a hablar de esa realidad, a interactuar con ella. A nivel individual, seguro que todos hemos tenido alguna vez esa experiencia en la que descubres que eso que te pasa a ti tiene un nombre, y entonces has sentido un enorme alivio, porque si tiene nombre es que tú no eres el primero ni el último. Si el médico identifica al microbio que te invade por su nombre y apellido, ya puede buscar el tratamiento que te curará. Si descubres que ese deporte que te gusta se llama curling, ya puedes buscar en Google dónde se practica y si hay algún club en tu ciudad. Si un niño descubre que lo que le pasa es que es transgénero, dejará de sentirse solo y extraño, y él y su familia podrán por fin saber más y buscar los recursos que necesita.

Y visto así, ¿a que ya no te parecen tan malas las etiquetas?