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lunes, 30 de marzo de 2020

Mujercitas (2019) y las exigencias editoriales

Hace unos meses se estrenaba la última versión cinematográfica de Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott, dirigido por Greta Gerwig. La película contaba con un elenco de actrices de primera fila, y buscaba ofrecer una versión con un cierto toque de modernidad de este clásico de la literatura. El resultado final he de reconocer que me resultó un poco confuso debido a los saltos temporales, ya que si bien en otras adaptaciones han resuelto el paso del tiempo utilizando a diferentes actrices según las edades, en esta ocasión Gerwig ha decidido utilizar a las mismas todo el tiempo, indicando la época con otras pistas visuales... Aunque esto por otro lado tiene la ventaja de mantener en todo momento el alto nivel interpretativo.

Sin embargo, lo más curioso de la adaptación y de lo que quería hablar en esta entrada es sobre el metacomentario que he percibido en ella sobre el rol de las mujeres en la sociedad, y las exigencias que sobre ellas a veces se ejerce; en la peli centrándonos concretamente en el mundo editorial, pero sin que cueste nada extrapolarlo al cine, e incluso a la propia película.

Me explico: la trama de Jo, protagonista principal de la peli, y claro trasunto de la propia Louisa May Alcott, gira en torno a su deseo de convertirse en escritora y publicar. Tiene una subtrama romántica, sí, pero esta queda bastante en segundo plano comparada con sus aspiraciones artísticas. Sin embargo, hacia el final del metraje, su editor le pone una condición muy concreta: la protagonista femenina de su historia debe acabar el relato casa. Es lo que el público pide.

Finalmente Jo cede e incluye la escena requerida. Curiosamente, en un montaje paralelo, ella misma es convencida por su familia para ir corriendo a por Bhaer y confesarle sus sentimientos antes de que este tome el tren y se vaya. La escena me llamó mucho la atención, porque, de manera muy abrupta, me sentí transportado a una de esas comedias románticas en las que los personajes, en el tramo final de la historia, corren hacia el aeropuerto a confesar al chico/a de turno sus sentimientos, antes de que vaya a ese sitio, acepte ese trabajo en otra ciudad, etc. Solo que aquí, como entonces no había aeropuertos, tenemos un Race For Your Love (¡sí, el cliché tiene nombre propio y lista de ejemplos en TV Tropes!) de época en la estación de tren. ¡Incluso cae una romántica lluvia en medio de la confesión!



La escena me chirrió, pero no por ser un deliz de Gerwig, sino todo lo contrario: mi teoría es que el montaje paralelo está hecho así, y la escena está filmada de esa manera obvia y chirriante, con un objetivo muy claro. Creo que la directora está haciendo un metacomentario sobre las imposiciones de la ficción sobre las mujeres; sobre cómo estas pueden tener trabajos, autonomía y un arco argumental propio, pero al final tienen que ser la esposa/novia de alguien. Esta interpretación cobra más sentido si analizamos la figura de Louisa May Alcott, que como ya se ha dicho siempre, es básicamente quien está detrás del personaje de Jo. La autora, en la vida real, nunca se casó, y era una comprometida feminista, defendiendo por ejemplo el sufragio universal. Mujercitas es en cierto modo una anomalía en su obra, pues al parecer lo que de verdad le gustan eran las novelas de espionaje y obras de estilo más pulp, de las cuales escribió varias bajo seudónimo. El caso es que leyendo un poco sobre la vida de Alcott, no es muy rebuscado pensar que en realidad era lesbiana Como ella misma dijo en una entrevista:

"I am more than half-persuaded that I am a man's soul put by some freak of nature into a woman's body. … because I have fallen in love with so many pretty girls and never once the least bit with any man.” ("Estoy bastante convencida de que soy un alma de hombre introducida por algún error de la naturaleza en el cuerpo de una mujer... porque me he enamorado de muchas chicas guapas y nunca, ni remotamente, de un hombre"). 

A modo de curiosidad creo que también vale la pena señalar que, para el personaje femenino que la representa, eligió un apodo que es básicamente un nombre masculino, y no creo que fuera mera coincidencia. Irónicamente, en la versión americana del cartel se incluye el lema "Own your own story", "Sé dueña de tu propia historia", que en español han traducido como "Ten tu propia voz". Y es que si algo no le dejaron a Alcott es ser dueña (completamente) de su propia historia, imponiéndole ese detalle romántico final... cuando está claro que el final feliz de Jo, y de la propia autora, fue publicar su libro.

Para terminar la entrada, solo quiero señalar que, si bien esta idea de que las mujeres deben acabar las historias casadas puede parecer ya muy arcaica y superada, se puede observar que a día de hoy sigue presente solo que de otras maneras más sutiles. Sólo hay que pensar en el test de Bechdel y su vigencia a día de hoy...

sábado, 14 de septiembre de 2019

Poner nombre a las cosas: la importancia de las etiquetas



Recientemente tenía una conversación en la que el término "cishetero" salió a colación. Una de las personas comentó si era necesaria esta palabra (en particular una de sus raíces, "cisgénero"). ¿Hacía falta ponerle un nombre al hecho de no ser transgénero? ¿De verdad necesitábamos todos estos neologismos?, comentaba, me consta que sin ninguna mala intención. Y es que si desde su realidad, es muy comprensible que esta persona reaccionara a la palabra así: nunca había tenido la necesidad de utilizarla para designar su propia realidad, una que por lo demás es la más frecuente por aplastante mayoría. Las palabras aparecen cuando hay necesidad de ellas, y por eso tenemos una palabra para referirnos a las cosas relacionadas con la tierra o la luna, pero no hay ningún adjetivo que describa a las cosas relacionadas con el asteroide 2005 TN53, ni tampoco hay nombre para designar a las especies marinas  aún no descubiertas en las simas más hondas del océano, ni verbo para describir el sonido que hacían los dodos antes de extinguirse... Cuando le ponemos un nombre a algo, es porque necesitamos identificar esa realidad y hablar de ella.

Sin embargo, la palabra "etiqueta" ha ido adquiriendo connotaciones negativas. Sobre todo en los últimos años, se ha vuelto muy frecuente escuchar a la gente decir cosas como "a mí es que no me gustan las etiquetas", "prefiero no etiquetarme", y demás variaciones. Y lo entiendo: en ocasiones, ponerle un nombre a algo puede parecer una forma de limitarlo, de meterlo en formol y tratar de conservarlo intacto, inmóvil, inmutable. Pero pese a toda esta mala prensa que tienen, las etiquetas son necesarias y muy, muy beneficiosas, y si el movimiento LGBT, el feminismo y otras muchas corrientes sociales han avanzado tanto, es en gran medida gracias a ellas. Solo podemos hablar de aquello que tiene nombre, y solo aquello que tiene nombre existe, así que, ¿cómo se puede luchar por algo sin antes bautizarlo?  Las etiquetas dan visibilidad, y cuando algo es visible, podemos interactuar con ello.

Volviendo a la conversación a la que hacía referencia al inicio, al gual que la palabra "transgénero" era necesaria para describir una realidad que necesitaba ser identificada, la palabra "cisgénero" también lo era, porque no podemos entender una cosa sin tener en cuenta su contrario. Sólo sabemos que la luz existe porque conocemos también la oscuridad; las vacaciones tienen sentido porque el resto del año trabajamos. Si viviésemos en un perpetuo estado de ocio, obviamente no tendríamos ninguna palabra para definir el hecho de no estar trabajando, porque sería la única realidad que existiría. Si la persona de la que hablo que desconocía el término hubiese tenido que hablar, pongamos por caso, del hipotético hermano cisgénero y hetero de una mujer trans, ¿qué habría dicho? ¿Su hermano es... "normal"? Las palabras, como he defendido decenas de veces en este blog, son importantes, y rara vez inocentes.

Es muy posible que a menudo sientas que una palabra se te queda corta. Que si te defines como lesbiana, de alguna forma estarás prometiéndole al mundo que nunca te va a gustar un hombre, y eso quizá no sea cierto, porque, ¿quién sabe? Y quizás tampoco te va a gustar decir que eres bisexual, porque es una palabra que parece abarcar mucho, y no quieres que alguien piense que te gusta "todo el mundo" o algo por el estilo. Quizás piensas que las personas somo complicadas y variables, y que es mejor no meternos en estanterías, porque no somos libros. Y lo entiendo, y es cierto. Pero también es cierto que es gracias a palabras como esas que hemos podido empezar a hablar. Poniendo nombre a todo aquello que el mundo se empeñaba en ignorar, le hemos arrojado luz, lo hemos hecho visible, y ya la gente, le gustara o no, ha tenido que empezar a hablar de esa realidad, a interactuar con ella. A nivel individual, seguro que todos hemos tenido alguna vez esa experiencia en la que descubres que eso que te pasa a ti tiene un nombre, y entonces has sentido un enorme alivio, porque si tiene nombre es que tú no eres el primero ni el último. Si el médico identifica al microbio que te invade por su nombre y apellido, ya puede buscar el tratamiento que te curará. Si descubres que ese deporte que te gusta se llama curling, ya puedes buscar en Google dónde se practica y si hay algún club en tu ciudad. Si un niño descubre que lo que le pasa es que es transgénero, dejará de sentirse solo y extraño, y él y su familia podrán por fin saber más y buscar los recursos que necesita.

Y visto así, ¿a que ya no te parecen tan malas las etiquetas?

martes, 27 de noviembre de 2018

Dumbledore y Grindelwald: un romance en la sombra



Durante los últimos años, J.K. Rowling, la autora de la saga Harry Potter, se ha ido encontrando cada vez con más frecuencia envuelta en controversias sobre el contenido de su obra más famosa. El mundo ha cambiado muchísimo en la última década, y como suele suceder, la nueva lupa con la que observamos las obras del pasado revela detalles y perspectivas nuevos, que no siempre dejan a los clásicos bien parados. En general se la ha acusado de falta de diversidad, por la escasez de alumnos no caucásicos en Hogwarts, que siendo un colegio situado en la Inglaterra de los años 90, parece de sentido común que debiera albergar más variedad de razas (o quizás personajes de otras razas en roles más centrales). Curiosamente esto pudo haber ocurrido con el personaje de Dean Thomas, que en los primeros esbozos de la saga iba a jugar un papel mucho más importante que el que finalmente le tocó, pero la autora descartó la idea. Cuántos quebraderos de cabeza se hubiese ahorrado quizá, de haberlo hecho...

El otro ojo del huracán de las polémicas lo encontramos en el tema de la homosexualidad de Albus Dumbledore y su relación sentimental con Grindelwald, el mago populista de oscuras intenciones que causó numerosas muertes hasta su derrota a manos del propio Albus. La revelación de que Dumbledore era gay fue muy sonada, y provocó un intenso debate en su momento. Por un lado, estaban los que ya habían notado cierto subtexto amoroso en la descripción que Dumbledore hacía de Gellert. Esto, unido al aparente celibato de Albus en la actualidad y a un no-sé-qué que los más perceptivos ya notaron en los libros a través de la voz literaria y la caracterización de Dumbledore. (Porque si hay un aspecto sobre todo en el que J.K. Rowling brilla como escritora, y esto es opinión personal, es en su portentosa capacidad de crear personajes vívidos y dotados de voz propia, más allá de su rica imaginación. Siempre digo que en Harry Potter prácticamente puedes saber quién habla sólo con leer los diálogos, sin necesidad de ningún "Snape dijo"). Para toda esa gente, el anuncio de Rowling no hizo sino confirmar su pálpito.



Otro grupo sin embargo afirmó que este tipo de anuncios era "innecesario", porque esto era una saga infantil y no había necesidad de tratar temas "adultos", como la homosexualidad. Porque, como ya sabemos (me pongo en modo irónico), la homosexualidad es un tema "adulto", y se debe ocultar a los niños, no sea que se hagan ideas raras. Porque también sabemos (sigo en modo irónico) que hablar de homosexualidad equivale a hablar explícitamente de sexo. ¿Verdad?

Pues no, obviamente. En primer lugar en las obras infantiles se está hablando de sexualidad constantemente, y desde siempre. Lo que pasa es que, en concreto, se se está hablando de heterosexualidad. A Blancanieves la despierta el beso de un príncipe: sexualidad. A la Bella durmiente, ídem: sexualidad. La sirenita desea tener piernas para estar con el príncipe: sexualidad. Incluso la aparentemente inocente Caperucita Roja es una clara metáfora de los riesgos que corren las niñas de ser violadas si se salen del camino con su cestita de miel. Los cuentos infantiles rebosan sexualidad heterosexual, y hasta en Peppa Pig la protagonista tiene a su papá y a su mamá, los cuales obviamente tienen una relación amorosa sin que esto suponga problemas para nadie. Ni nadie piense que se está aludiendo al sexo, aunque todos sabemos que Mamá y Papá se han tenido que acostar varias veces, porque si no, ¿de dónde salieron Peppa y su hermano?

De Cenicienta y su príncipe no, desde luego

Sin embargo, cuando se trata de homosexualidad, mucha gente piensa que el mero hecho de explicitar que un personaje es gay es inapropiado para niños, y que al hablar de homosexualidad también se está hablando de sexo. El doble rasero es evidente, y es algo sobre lo que creo que merece la pena reflexionar y pensar a qué se debe. Por no decir que la representación de las orientaciones no heterosexuales en la ficción es algo muy necesario para los niños, que a esas edades pueden llegar a sentirse muy solos cuando creen que lo que les pasa sólo les pasa a ellos... pero de eso hablaré otro día.

Total, que Rowling sacó a Dumbledore del armario, y cual mago que grita alohomora, abrió la caja de Pandora. Surgió también una crítica que tenía más sentido que aquello de que era un tema para adultos: estaba genial eso de saber que un personaje bueno y poderoso como el director de Hogwarts era gay, pero J.K.: ¿no podías haberlo incluido en los libros de una manera directa? ¿Quizás una escena de Albus y Gellert besándose en el pensadero? La lástima es que la saga ya estaba concluida, así que ya no se podía hacer nada. El texto era el que era.

Hete aquí que surge la idea de hacer las precuelas centradas en la figura de Newt Scamander, y su papel en el conflicto del mundo mago que enfrentó a Dumbledore con su ex, Grindelwald. Y aquí, me puedo imaginar cómo los directivos de Warner Bros. y la propia J.K. Rowling se llevaron las manos a la cabeza al darse cuenta de la patata caliente que les caía en las manos: ahora sí podían mostrar de forma textual la naturaleza de la relación entre ambos personajes, y para más inri, dicha relación es un aspecto fundamental de todo el conflicto. Si Dumbledore no hubiese estado enamorado de Grindelwald, sus sentimientos no le hubiesen obstaculizado a la hora de frenar su descenso a la maldad. Así que, ¿qué hacemos? ¿Nos tiramos al agua de lleno? ¿Quizás podemos contentar a los fans que pedían que nos dejáramos de indirectas y a la vez a los fans que creen que esto es un tema "demasiado adulto"? Algo así debieron preguntarse.

"Pues lo tenéis chungo, ¿eh?"
La respuesta la tenemos por fin en esta segunda película de la pentalogía, donde se profundiza bastante más en la figura de Gellert Grindelwald, una especie de político populista de vastísimas habilidades mágicas, que suma adeptos mostrando una cara amable y apelando a los deseos de libertad de muchos de sus congéneres magos, mientras en secreto desprecia a los muggles y oculta su megalomanía. El Gellert que nos muestra la peli ya es un hombre hecho y derecho, y su relación con Albus queda en el pasado. La cuestión es que las fuerzas políticas, ante el temor de que Grindelwald provoque un derramamiento de sangre, solicitan a Dumbledore, el único mago que rivaliza con él en cuanto a poderes, que se enfrente a él. Pero no puede. ¿Por qué?

Y llegamos al meollo. En la primera escena donde se trata este tema, aparece en el espejo de Oesed, que muestra tu más profundo deseo, que el mayor anhelo de Dumbledore es Grindelwald. Jude Law hace una matizada interpretación, y la cara de sentimientos encontrados que pone es muy significativa. Se hace el silencio, y el empleado del gobierno se marcha exasperado. Sí, el mensaje está clarísimo: no puede matarlo porque le quiere. Pero nadie ha dicho ni una palabra.

En la segunda escena relevante, descubrimos que Albus y Gellert, de jóvenes, sellaron un pacto mágico de sangre, y este al parecer les impide enfrentarse. ¿Entonces el motivo de la reticencia de Dumbledore de derrotar a este asesino es de naturaleza mágica y no sentimental?



Mi opinión es que este pacto, y la joya de metal que lo contiene, es una clarísima metáfora del amor que ambos magos sentían el uno por el otro. Y este ha sido el recurso empleado por J.K Rowling para que la película se pueda ver en Rusia y China contente a todos los bandos. Debo reconocer que me parece muy inteligente por su parte. Si tienes dos dedos de frente, entenderás perfectamente que los personajes interpretados por Johnny Depp y Jude Law tuvieron una relación sentimental; y si quieres mantener tu cabeza metida bajo la tierra y seguir pensando que los niños no deben saber que existe la homosexualidad, probablemente te alegres de ver que aquí nadie se besa ni se dice te quiero, y posiblemente a los más pequeños el trasfondo de estas escenas les pase muy por encima de sus cabecitas. Si es que hay algún nene tan pequeño viendo esta peli tan siniestra, dicho sea de paso.

Personalmente pienso que es una lástima. Esta era la oportunidad de oro para que J.K. Rowling se reafirmara en su compromiso y pusiera por fin en el texto de manera explícita sus intenciones. Muchos fans se lo habríamos agradecido muchísimo, y pienso que gran parte de la sociedad ya está preparada para que estos temas se traten abiertamente en el cine infantil. No puedo evitar pensar que gran parte de la culpa la tiene el que la franquicia de los magos se ha convertido en un monstruo empresarial de implicaciones económicas masivas, y ya sabemos que cuando se trata de grandes estudios, grandes franquicias y grandes fajos de dólares, la consigna es jugar seguro y hacer un producto que no moleste a nadie.

Estamos en la segunda peli y quedan tres. ¿Es posible que en las siguientes el guión abandonde por fn las metáforas y el subtexto y entre por fin en el terreno de la explicitud? ¿Que esto sea solo una preparación del terreno? Me temo que voy a ser pesimista, y que el plano de Albus y Gellert juntando sus manos y mezclando dos gotas de sangre es lo más concreto que vamos a ver sobre su relación. Esperaremos a ver qué pasa.

miércoles, 29 de agosto de 2018

La natación sincronizada y la sonrisa como deber femenino



Recientemente, con motivo del festival Veranos de la Villa, que se celebra cada año en Madrid durante estos meses e incluye todo tipo de actividades como conciertos, teatro al aire libre, etc., una de las actividades me llamó la atención: una exhibición de natación sincronizada llamada Dragón, descansa en el lecho marino. Siempre me ha parecido un deporte especialmente bello y llamativo. Porque, ¿no te parece mentira que las “personas normales” tengamos cierta dificultad solo para mantenernos a flote, a base de patalear como posesos, y las nadadoras sincronizadas en cambio hagan todos esos movimientos en el agua sin hacer ningún esfuerzo aparentemente? Es como si fuesen peces o caballitos de mar… 

Sin embargo, la descripción del espectáculo en el programa oficial comentaba algo que me llamó la atención por otro motivo: al parecer este no iba a ser un ejercicio de sincronizada al uso. El párrafo dice: “Normalmente, en la competición de natación sincronizada, el jurado penaliza la falta de sonrisa, un mechón fuera de lugar o apoyarse en el fondo de la piscina”. ¿Lo has leído?

La sonrisa de las nadadoras.


Siempre hay un momento de los Simpson para ilustrar cualquier cosa

Y de repente algo chirrió. ¿Sabes de alguna disciplina deportiva en el que se valore la sonrisa de los deportistas? De los deportistas varones, me refiero. Eso me llevó a investigar un poco más sobre este deporte. Debo decir que no he encontrado documentación que diga explícitamente que las nadadoras deben sonreír durante su actuación, ni que la sonrisa es puntuada de manera específica (¿cuantos más dientes, más décimas?). Pero lo que he podido leer claramente apunta a que las sonrisas de las nadadoras son la guinda del pastel: una manera más de impresionar favorablemente al jurado y de mostrarle belleza, gracilidad, elegancia. Debe parecer que estos ejercicios increíblemente complejos y ensayados hasta la extenuación te resultan fáciles. Y es cierto que esas sonrisas y esas caras perfectas transmiten una sensación de perfecta armonía... Pero esto irremediablemente me hizo pensar en cómo a las mujeres, en general, se les pide ese pequeño o gran plus en casi todas las actividades a las que se dedican: sonreír, estar monas, agradar. No basta con hacer bien la grulla, el pino puente o una tortilla de atún: además deben sonreír. La maestría técnica es imprescindible, pero si quieres una buena valoración además debes empaquetarla con celofán y un lacito rosa. Es un fenómeno conocido que a las mujeres, en general, se les pide más amenudo que sonrían. A las deportistas, a las actrices en entrevistas, a las misses (busca en google “concurso mister” y “concurso miss”, y verás que en el primer caso los hombres sonríen más o menos en la mitad de las fotos; en el segundo sonríen todas). 

Ponerme a leer sobre esta disciplina, además de hacerme valorar aún más a las nadadoras (¿sabes que ni debajo del agua pueden cerrar los ojos y que las gafas de bucear están prohibidas? ¿Qué se pasan una seis horas al día en el agua, practicando?) y descubrir alguna otra curiosidad significativa, como que llevan maquillaje acuático y una especie de gomina hecha de gelatina, y que junto a la gimnasia rítmica (fuente: www.olympic.org), en el ámbito de las Olimpiadas es la única disciplina exclusivamente femenina. No cuesta mucho ver el paralelismo entre ambas: es una actividad donde la técnica va de la mano de la estética. A Cristiano nadie le va a pedir que sonría mientras chuta un penalti.

Todo esto conecta con la forma en que la cultura, en casi todos los ámbitos, a menudo otorga a la mujer un rol estético: de florero, vamos. Puedes nadar como los salmones o hacer unas acrobacias increíbles, pero todo ello se juzgará bajo el filtro de la mano de la belleza estética que logres imprimirle. Ambas disciplinas deportivas en sí mismas parten de una concepción radicalmente distinta a otras; y es que aquí no se trata de encestar balones o clavar flechas en dianas, cosas cuantificables y medibles de maneras completamente objetivas, sino de crear belleza, y es por ello que no es de extrañar que sean a día de hoy exclusivamente femeninos. En deportes similares, como pueden ser el salto de trampolín o la gimnasia deportiva, desde luego se pide también una cierta elegancia, pero en ellos prima la sobriedad y desde luego nadie está observando si Fulanito sonríe mientras ejecuta el triple salto mortal. Debo reconocer que existe también una gran excepción en el patinaje artístico, donde se busca también la belleza y los hombres se ven también sometidos a un juicio estético, y además pueden llevar ropas con brillitos, lentejuelas y colorines, tabú absoluto cuando se trata de las mallas de un gimnasta deportivo, donde priman las líneas rectas y los colores planos. ¿Es el patinaje la excepción que confirma la regla?



Este hecho de situar a la mujer en un rol estético es algo tan omnipresente en la sociedad que al final llega a ser básicamente invisible: lo damos por hecho. Es posible que alguien, leyendo esta entrada, piense que pretendo destruir uno de los pilares de este deporte (la creación de algo bello y armonioso), y que la sincronizada no sería lo mismo sin sonrisas, peinados y caras perfectas. Y seguramente es cierto, no sería igual. Pero merece la pena, al menos, pararse a reflexionar por qué esta disciplina tiene ese componente que no tienen otras; por qué a diferencia de otros deportes se valoran aspectos que no tienen nada que ver con el desempeño físico, y finalmente por qué la natación sincronizada y la gimnasia rítmica son disciplinas exclusivamente femeninas.
En todo caso, las cosas van cambiando: por lo que he visto en las noticias, en los últimos años han empezado a aparecer más niños que desean dedicarse a la gimnasia rítmica (los comentarios a los que se enfrentan por hacer esta actividad “de niña” los ahorro por obvios), y ya en 2009 tuvo lugar la primera edición del Campeonato de España de Gimnasia Rítmica masculina. Así que si todo sigue así supongo que en unos años también tendremos versión masculina en las Olimpiadas. En el caso de la natación sincronizada también al parecer también hay hombres quejándose por su exclusión en los JJJOO, así que de la misma manera todo será cuestión de esperar. Según he leído, en 2015 ya hubo una primera edición de competición mixta en el Campeonatos Mundiales de la FINA (Federación Internacional de Natación), un primer paso importante. Y es que, al igual que feminidad y belleza no tienen por qué ir en el mismo pack, deporte, belleza y masculinidad tampoco tienen por qué ser cosas excluyentes.

Nota: mientras escribía la entrada, leí sobre la reciente muerte de Tina Fuentes, exnadadora y figura clave de la sincronizada española, con solo 34 años. Leo que Tina, además de una deportista brillante, era una chica alegre, independiente y de fuerte personalidad, algo que al parecer chocó con la férrea disciplina de este deporte, al mismo tiempo que la hizo brillar. Sirva esta entrada como un pequeño homenaje más en su recuerdo.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Los inmigrantes LGBT y la invisibilidad

Foto: See-ming Lee

Recientemente, mi amigo George Freeman me pidió que tradujera para la organización Pride Equality International (PEI) el documento que escribió acerca de la situación de los inmigrantes, solicitantes de asilo y refugiados africanos LGBT. El documento, Unveiling the unspoken lens of reality ("Desvelando la lente oculta de la realidad", en su versión traducida), se presentó por fin este sábado 18 de noviembre, y su traducción me supuso abrir los ojos a una realidad que desconocía casi por completo. George es una activista LGBT proveniente de Sierra Leona, y sus experiencias de ser amenazado de muerte en su país, así como su difícil recorrido por España hasta llegar a este momento son un ejemplo claro de las dificultades que atraviesa un africano, que incluyen vivencias que un habitante del primer mundo quizás nunca vivirá. 

A menudo, cuando se habla de temas LGBT, se utiliza el termino invisibilizar. Invisibilizar consiste en tratar de que la existencia de las personas LGBT pase inadvertida. Seguro que alguna vez has oído a alguien diciendo que él o ella respeta mucho a los homosexuales, pero que por qué tienen que ir haciendo aspavientos, manifestándose, besándose en público, etcérera. Este comentario tan frecuente y tan aparentemente inocuo es potencialmente igual o más dañino que cualquier barbaridad salida de la boca de cualquier político ultraderechista. Primero porque en realidad la persona que lo hace sí siente un palpable grado de homofobia, aunque no sea consciente de ello (porque jamás le diría a un heterosexual que no muestre afecto en público a su novia, por ejemplo), y segundo porque es gracias a la visibilidad que el colectivo LGBT ha logrado lo que ha logrado... en algunos sitios. Las leyes contra la discriminación por homofobia, el matrimonio y muchas otras cosas no han caído del cielo ni se han conseguido a base de estar calladito en un rincón; han sido el fruto del esfuerzo de mucha gente.

Pero a lo que iba: mientras leía el texto me daba cuenta de que, si hay un colectivo "invisible" dentro del gran grupo LGBT, ése es el de los inmigrantes. Y es que cuando pensamos en los inmigrantes, se nos vienen a la mente un montón de cosas (la integración, la vivienda, el empleo, las guerras), pero nunca el hecho de que estas personas pueden estar huyendo de sus países por un motivo distinto que el hambre o la guerra: su sexualidad.

Si algo queda claro tras leer el texto, es que los inmigrantes LGBT afrontan una soledad particularmente atroz cuando llegan a sus países de destino. Si alguna vez has viajado fuera de tu país durante un período más o menos largo, seguro que habrás notado que fuera de casa los compatriotas tienden a juntarse. Pero, ¿qué ocurre cuando esas personas son tus enemigos? ¿Cuando los que en tu país de origen deseaban darte una paliza o matarte, aquí en España siguen queriendo hacerlo? Puede que en España haya unas leyes que supuestamente amparan a la minorías sexuales, pero como queda claro leyendo el texto, la ley no protege igual a un nativo que a un inmigrante, y cualquier contacto con la policía puede suponer tu deportación a ese país del que huiste porque te querían matar. Un detalle que me impactó especialmente es la experiencia que varios relataban cuando, en la Oficina de Asilo y Refugio (OAR), se encontraban con que el intérprete que les traducía para los funcionarios era a menudo alguien de su país, con lo que no podían revelar que la razón para huir de sus países era su orientación sexual, ya que se exponían a sufrir represalias. Y cuando podían hablar directamente con los funcionarios, digamos que algunos no eran lo que se dice muy empáticos.

Si los inmigrantes a secas a menudo viven en una burbuja virtual que los separa del país en el que han recalado, respirando su aire, pisando sus calles y comiendo su comida, pero no formando parte de la sociedad verdaderamente y viviendo sus vidas a espaldas de esta, los inmigrantes LGBT viven a su vez en una burbuja aún más pequeña y claustrofóbica, una donde cabe aún menos aire.

El informe también revela que muchos de los inmigrantes, pese a vivir en una gran ciudad como Barcelona, desconocen los locales de ambiente que existen en esta, y si los conocen, de nuevo una barrera virtual les impide acceder a ellos: cuesta dinero. El ambiente, un supuesto entorno libre de ataduras donde puedes ser quien de verdad eres, se revela así como un lugar no tan abierto como parecía, y al que algunas personas no tienen el privilegio de poder acceder si no tienen un mínimo estatus económico.

Por supuesto, el racismo "básico" al que se enfrenta cualquier persona extranjera de otra raza es un factor de exclusión más, que actúa en sinergia con todo lo anterior. Y cuando hablo de racismo no sólo me refiero a los actos más llamativos y violentos, sino también a esas otras actitudes menos evidentes de las que todos podemos ser culpables en ocasiones. Una experiencia que varios de los entrevistados en el documento compartían y que me impactó especialmente fue cómo a menudo les costaba encontrar a alguien para que les indicara cómo llegar a un sitio, ya que mucha gente, al ver que eran negros, asumían que venían a pedirles dinero y les interrumpían casi antes de que empezaran a hablar. Seguramente, si hacemos memoria, muchos lo hemos hecho alguna vez. Y, de manera significativa, que nos tomen por mendigos no nos ha ocurrido nunca.

La tarea de cambiar la situación de estas personas es enorme, por su dificultad intrínseca, y por la situación política y social de España. Tengo la sensación de que debido a la crisis económica, de la que en teoría hemos salido ya pero cuyas consecuencias se siguen haciendo sentir en las vidas de la mayor parte de los españoles, es un momento complejo para pedir una mayor empatía hacia las personas que vienen de fuera. Pero lo primero que se necesita para empatizar con alguien es conocer su situación, y por eso espero que con su informe, George Freeman y Pride Equality International consigan acercar esta realidad a muchas más personas, e iniciar así el gran cambio que se necesita.

Vale muchísimo la pena leer el documento, así que para todas las personas interesadas, dejo aquí el email de George Freeman en Pride Equality, donde podéis solicitarle una copia:

info@prideequality.org

Asimismo recomiendo visitar su página web, si eres inmigrante LGBT en España o conoces a alguien
en esta situación que pueda necesitar ayuda: http://prideequality.org/


miércoles, 18 de octubre de 2017

Harvey Weinstein y las consecuencias de dudar por sistema de las víctimas




La entrada de hoy es algo así como un complemento actualizado de la anterior, porque el momento lo pide, y el paralelismo entre ambas situaciones es evidente.

Y es que estos días el mundo ha descubierto que Harvey Weistein, cofundador de la productora Miramax, llevaba décadas utilizando su posición de poder para intimidar, abusar y tratar de conseguir favores sexuales de decenas de mujeres del mundo del espectáculo. Ha sido como quitar la anilla de una botella de refresco agitada: después de la primera oleada de acusaciones de la que se hacían eco The New York Times y The New Yorker, otras muchas mujeres han empezado a dar su testimonio, y ahora descubrimos que muchísimas actrices que todos conocemos habían pasado por trances parecidos con Weinstein. Desde luego, su comportamiento era algo a todas luces recurrente. ¿Y cómo es que nos venimos todos a enterar ahora? Pues ahí está el quid de la cuestión, y de eso quiero hablar en la entrada de hoy.

En realidad ya había habido unas cuantas insinuaciones, por no decir acusaciones, desde hacía años. Están recopiladas en esta entrada de la Wikipedia, y la verdad resulta impactante ver que esto, en el mundillo de Hollywood, era en realidad un secreto a voces. Gwyneth Paltrow dejó el texto entre líneas muy claro ("Weisntein te coaccionará para que hagas alguna cosa"), la malvada Courtney Love lo dijo más claro todavía ("Si Weinstein os invita a una fiesta privada en el Four Seasons, no vayáis"), y más recientemente, en 2013 el humorista y guionista Seth McFarlane hizo una broma de significado bastante evidente en una entrega de premios ("Felicidades, vosotras cinco ya no tendréis que fingir que os atrae Harvey Weinstein"). Al parecer fue su pequeña venganza en nombre de una amiga suya. La broma además tiene su miga, porque incluso si la entendemos como una ironía sobre el cliché del productor que abusa de sus inferiores, queda claro que como sociedad tenemos asumido que estas cosas pasan. Pero no fue hasta ahora, en 2017, que la verdad se ha destapado completamente, y Weinstein empieza a pagar por el daño que ha hecho. Años y años de abusos, y no pasaba nada. ¿Qué ocurría?

Ocurrían dos cosas: que Harvey Weinstein era un hombre poderoso, el tiburón de la piscina, básicamente, y que en nuestra sociedad, cuando una mujer acusa a un hombre de abusos o maltrato, casi la primera reacción es dudar de su palabra. Nos escandalizamos cuando escuchamos que en tal cultura el testimonio de un hombre vale por el de dos mujeres, pero ¿sabéis qué? En Occidente, aunque no esté escrito en ninguna ley, de facto hacemos eso mismo. A menos que, como en el caso de Weinstein, haya varias o incluso muchas acusaciones, lo primero que hacemos es dudar de esa mujer, y la tachamos de cazarecompensas o desequilibrada. Ya una vez vemos que son varias las que acusan, y que sus testimonios básicamente concuerdan, es cuando decimos, ah, pues mira, parece que el río en este caso agua lleva...¿Alguien recuerda el caso de Kesha, cuando acusó al productor Dr. Luke de abusar de ella? La historia sin duda se repite.

Sin embargo, seguiremos escuchando la típica defensa de que muchas mujeres denuncian sólo para conseguir dinero y beneficios, como si esta situación fuese la más típica, y no la excepción. ¿Y todavía nos extraña que el escándalo de Weinstein haya tardado tanto tiempo en saltar a los medios? Ante el panorama de que si una mujer denuncia la van a acusar de mentirosa e interesada, y también muy posiblemente que le hagan el vacío profesional y personal, o traten de silenciarla, no es nada raro que al final las víctimas traten simplemente de escapar de la situación en silencio y por su cuenta.

Como en el caso de Zebenzuí González, lo que ha ocurrido es un síntoma más de una tendencia social fuertemente arraigada. En esta ocasión, Harvey Weinstein ya está señalado y fuera de Miramax y con suerte ninguna mujer más deberá sufrir ningún abuso ni coacción por su parte. Pero la pregunta es, ¿estamos aprendiendo algo de este caso, o vamos a seguir igual?

jueves, 26 de enero de 2017

El queer baiting: cuando es sí pero no

viernes, 23 de septiembre de 2016

Racebending: el blanqueamiento en el cine

En los últimos años se ha ido produciendo con más frecuencia un fenómeno que hasta no hace tanto era inédito: en las adaptaciones de obras de ficción de un medio al cine, cambiar la raza del personaje en cuestión, eligiendo para ello a un actor de raza distinta a la que el personaje tenía en la versión original de la obra. Pero hay que hacer una puntualización clave: de lo que hablo es de que el personaje original fuese caucásico, y en la nueva adaptación no. Porque lo contrario, que el personaje original fuese de una raza diferente a la caucásica y el actor en la versión nueva sea blanco, NO es un fenómeno nuevo ni por asomo.

Ya en películas clásicas de Hollywood había decenas de ejemplos, con Natalie Wood, americana de ascendencia rusa, haciendo de portorriqueña en West Side Story, o Boris Karloff haciendo de asiático en La máscara de Fu-Manchú. Esta costumbre no ha terminado, y en breve por ejemplo tendremos la adaptación cinematográfica del manga Ghost In The Shell, donde Scarlett Johansson encarna a la muy asiática Motoko Kusanagi. Hablando de asiáticos, fue gracias a la polémica y fallida adaptación cinematográfica de la serie de dibujos Avatar: The Last Airbender, donde los personajes podían doblegar ("to bend", en inglés) los elementos en su favor, que se acuñó el término que describe este fenómeno: el racebending, también llamado whitewashing o blanqueamiento. 

"Lo del pelo en cambio fue porque se nos acabó el tinte morado"

Las razones de este fenómeno parecen bastante claras, y son extrapolables a otras situaciones parecidas de las que ya hablaré en otra ocasión: prevalece la idea de que para que un película sea comercial y accesible a todos los públicos, el personaje principal debe de ser alguien con quien todo el mundo se pueda identificar, y esto, entre otras cosas, implica que el actor que lo interprete sea blanco. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de todas las implicaciones que esta estrategia trae consigo: que el ser blanco es la opción "por defecto" y las demás razas son variaciones de la misma. Que el público que importa principalmente es el blanco. Que las personas no caucásicas deben ser capaces de identificarse con personajes de otras razas sin ningún problema, mientras que lo contrario al parecer es más complicado.

Un detalle revelador en este sentido es que los personajes secundarios, a menudo el último bastión de libertad creativa de los guionistas en virtud de su condición intrínseca de personajes menos importantes y por ello menos visibles, no sufren este fenómeno tan a menudo. Y así, por ejemplo, la actriz de Anita, la amiga de la anteriormente mencionada Natalie Wood en West Side Story, sí que era latina. Los personajes secundarios, y por tanto sus actores correspondientes, no son el mascarón de proa de las películas, no salen en primer plano en las carátulas o en los pósters, no son (o no suelen ser), en definitiva, el principal reclamo comercial de ninguna producción, y por ello no hay riesgo en coger a actores de la raza correspondiente, y quizás incluso conservar así la simpatía del público no caucásico, teniendo un pequeño detalle con ellos. Sí: ¡es exactamente el mismo rol que han hecho los "mejores amigos gays" de las protagonistas en tantas pelis durante tantos años!


Pero volviendo al principio de la entrada, en los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno nuevo y opuesto: personajes que eran originalmente blancos siendo interpretados por personajes de otras razas. Todos los ejemplos que me han venido a la mente mientras pensaba esta entrada, por algún motivo, provienen de películas y series de temática superheroica: Perry White, el director del Daily Planet, interpretado por Lawrence Fishburne, Samuel L. Jackson poniendo cara y voz al sargento Nick Furia, el afroamericano Mehcad Brooks encarnando al tradicionalmente blanco y pelirrojo Jimmy Olsen en Supergirl, y de propina un caso menos conocido: la japonesa Tao Okamoto haciendo de Mercy Graves, la asistente personal de Lex Luthor en Superman v Batman. Estoy seguro de que me dejo muchos ejemplos en el tintero, y sobre todo me pregunto si habrá casos de personas reales en biopics. Porque lo contrario, es decir, casos de blanqueamiento en películas que hablan de gente real, sí ha ocurrido: véase el ejemplo de Alejandro Dumas, de antepasados, haitianos, siendo interpretado por Gerad Depardieu.

Podría parecer que ambos fenómenos, el blanqueamiento y su contrario (¿el "desblanqueamiento"?) son paralelos e igualmente negativos y racistas en su intento de transformar a las personas y personajes en algo que originalmente no eran. Sin embargo, las cosas no ocurren sin un contexto específico y una historia detrás, y teniendo ambas cosas en cuenta, la conclusión a la que llego es que si bien el blanqueamiento es un fenómeno racista que debería desaparecer cuanto antes, su contrario es algo positivo. Me explico.

"Está feo señalar a la gente, Perry-del-cómic"
 Las principales industrias culturales del mundo, actualmente, con la posible excepción de Japón, provienen del mundo anglosajón y blanco, y lo han hecho desde hace muchas décadas. Siendo así, no es extraño que los personajes que producían reflejasen este hecho. Así, actualmente, una grandísima parte de los iconos culturales del mundo son hombres caucásicos. Desde hace décadas hemos consumido series, cómics y películas en las que la mayoría de los héroes eran tipos blancos. Incluso alguien como Superman, que provenía de otro planeta, parecía nacido en Kansas. El mundo ha asumido a todos estos personajes como parte del patrimonio cultural mundial. Pero la sociedad ha ido cambiando: los países están más conectados entre sí que nunca, y el mestizaje cultural y racial es mil veces mayor. En nuestro mundo ya no tiene sentido que los personajes principales de todas las historias sean siempre blancos, y ya toca desterrar la noción de que uno sólo es capaz de identificarse con un determinado tipo de personaje.

viernes, 17 de junio de 2016

La homofobia interiorizada, el machismo y sus consecuencias


En este blog a menudo he expresado la idea de que el machismo es dañino para toda la sociedad. A primera vista mucha gente puede pensar que las únicas damnificadas son las mujeres, que ven mermados sus derechos en aquellos contextos en los que el machismo impera. Pero la realidad es que esta mentalidad es un cáncer que daña a todo el mundo, y recientemente hemos tenido una demostración trágica y evidente. Hablo, está claro, del atentado en la discoteca Pulse de Orlando. 

Según se van sabiendo más datos sobre el atentado, las cosas van quedando más claras... O más turbias, en realidad. Algunas fuentes de información indican que Omar Mateen era homosexual y que de hecho visitaba a menudo esa misma discoteca; otras lo niegan. También se ha especulado sobre si su padre se burló de él diciéndole "gay". Su vinculación con ISIS o posibles motivaciones religiosas tampoco quedan del todo claras... aunque podría dedicar todo un artículo a cómo la religión, y hablo de la religión en general, aunque supuestamente promueve el amor, es la causante de manera indirecta de gran parte de la homofobia en el mundo; y para ello no hay más que ver cómo sociedades en las que las relaciones homosexuales no eran ningún tabú, cambiaron radicalmente con la llegada del cristianismo, por poner un ejemplo.

Quién sabe. Es posible que Omar Mateen no fuese un homosexual reprimido y que su padre nunca le maltratase por este motivo. Pero qué más da: el mundo está lleno de potenciales Omar Mateen, que por causas culturales y religiosas, son obligados a tratar de reprimir su sexualidad. Y si algo nos enseñó Freud, es que reprimir ciertas cosas no hace sino provocar que broten con más fuerza y de maneras dañinas y distorsionadas. Lo sabe el enésimo político ultraconservador pillado en un baño tratando de ligar con un hombre. Lo sabe cualquiera de los cientos de curas que han abusado de menores y que me hace preguntarme por qué a día de hoy tanta gente les sigue confiando a sus hijos. La hipocresía tiene un precio, y el problema es que quien lo paga no sólo es la persona culpable.

Fianlmente uno es dueño de sus actos, y por ello quiero que quede claro que de ninguna manera estoy disculpando a Omar Mateen. Sin embargo, en ocasiones como esta, puede haber un culpable "directo" y otro mucho más difuso, más extendido: la propia sociedad, con su machismo. Cada vez que alguien hace una broma homofóbica a un niño ("sólo es un chiste"), enviándole el mensaje implícito de que ser gay es algo desagradable o ridículo, está poniendo su granito de arena en perpetuar una sociedad machista. Cada vez que alguien llama calzonazos a un hombre por cuidar de sus hijos, cada vez que tratamos de que los niños jueguen al fútbol y no a las cocinas o a las muñecas aunque lo prefieran, cada vez que bromeamos sobre el que un hombre haya sido violado o maltratado por su pareja, estamos contribuyendo a crear una sociedad hostil donde sólo determinados perfiles de persona son aceptables, y los que no encajen deben ir guardándoselo todo dentro, como una olla a presión a la que vamos subiendo más y más la temperatura. ¿De verdad es una sorpresa lo que ocurre a continuación?