miércoles, 7 de noviembre de 2012

Paternidad

Para celebrar que ayer se ratificara por el Tribunal Consticional la igualdad del derecho al matrimonio para parejas herosexuales y homosexuales, y ya que estamos, también la reelección de Obama, la entrada de hoy va dedicada a uno de los puntos candentes de todo este asunto: la adopción.

En la entrada anterior comentaba esas manifestaciones que tuvieron lugar en Francia contra el derecho a la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Los manifestantes montaron una especie de performance (puedes verla aquí) en la que venían a explicar metafóricamente que para que un niño alce el vuelo y aprenda a valerse por sí mismo, necesita una figura paterna y otra materna. Este es sin duda uno de los argumentos más utilizados por los contrarios a la igualdad en la adopción, y bueno, al menos le concedo la virtud de ser un razonamiento bienintencionado (a diferencia de otros), y también voy a reconocer que en el pasado yo mismo no sabía qué pensar por esta misma razón. Hasta que el tiempo, las conversaciones, y el simple hecho de aprender observando el mundo nos rodea me hicieron entender que las cosas no son tan simples.

Este asunto tiene cientos de ramificaciones, así que voy a tratar de no dispersarme demasiado. En primer lugar, ¿qué estamos diciendo cuando hablamos de una "figura" paterna o materna? ¿Qué hay exactamente que te pueda enseñar solamente un padre o una madre? Algunos saltarán inmediatamente: a usar una compresa, a a afeitarse, a maquillarse, a jugar al fútbol. Muchas de estas actividades "propias" de un sexo, como se observa inmediatamente, parten de una concepción sexista de la vida. Quizás no es la mayoría, pero dentro de la infinita variedad de las personas, hay desde luego miles de hombres que se maquillan y de chicas que juegan al fútbol. Y esto en el supuesto de que al hijo/a le vayan a interesar estos temas; pero con esto volvemos luego.

Respecto a las diferencias biológicas, el asunto en apariencia se vuelve más espinoso... pero la realidad es que desde siempre, con ayuda o sin ella, las personas nos las hemos apañado. La llegada de la regla, por poner un ejemplo, no tiene el mismo efecto en todas las niñas, y mientras que algunas lo comentan tranquilamente con sus padres, para otras es algo incómodo de contar, y ellas mismas se buscan la manera de tratar con ello por su cuenta. Los niños, como el pájaro de la performance francesa, necesitan ayuda, sí, pero son más capaces de adaptarse a las situaciones de lo que a veces se piensa.

El sexo es es otro ejemplo de elemento de la vida, universal en este caso, con el que nos encontramos según crecemos. En innumerables series, películas y cómics se hacen referencias, en plan comedia o en serio, a eso tan temido por los adolescentes llamado "La Conversación": ese momento en que tus padres te pillan a solas para avergonzarte hablándote de usar la cabeza, de tener cuidado, de no apresurarse, de esperar a la persona adecuada, de "protegerse"... ¿A algún adolescente del planeta Tierra alguna vez le ha servido de algo todo esto? La realidad es que lidiaremos con ello según vaya surgiendo, y las indicaciones tan vagas de nuestros padres nos van a servir de bastante poco ante la complejidad del tema.

Y ahora sí, llego al punto crucial de todo ese tema: las personas, a diferencia de lo que se pretende insinuar, no somos pequeños clones de nuestros padres, y nuestra personalidad y circunstancias van a ser inevitablemente distintas a las de ellos, ya sean una pareja heterosexual, homosexual o una mujer o un hombre solos. La hija de una mujer amante de la ópera y los vestidos de diseño clásico puede ser una gótica, fan del heavy metal y apasionada del snowboard. ¿Créeis que mamá podrá explicarle cómo teñirse un mechón del pelo de azul, qué bandas de heavy clásico debe escuchar, a qué festival debe ir o cómo usar la tabla de snowboard? ¿Créeis que papá, que odia el fútbol, podrá explicarle a Jorgito o a Laurita las normas del juego y cómo hacer el tiro con efecto? La realidad es cada uno de nosotros, con nuestro cerebro, nuestras manos y nuestro corazón, hemos escogido una serie de caminos en la vida, hemos tenido una serie de gustos, que no sabemos si elegimos nosotros o ellos nos eligieron, y en miles de ocasiones hemos tenido que recorrer este camino solos. Y aquí estamos, dándole patadas al balón, haciendo un porté, pinchando en una discoteca, componiendo esa canción, asistiendo a ese festival de cine de terror: haciendo todas esas cosas que tú mismo has aprendido o has elegido hacer aunque tus figuras paternas, fueran cuales fueran, no te las pudieran enseñar.

En el caso de una persona LGTB, pongamos un transexual, la cosa se complica aún más, porque la persona se encuentra conque sus padres, por mucho que le quieran, no van a poder servirle de modelo en esta circunstancia vital mucho más crucial que el deporte o las aficiones musicales. Y siguiendo por este camino, toca hacer referencia a ese temor más o menos abiertamente expresado por algunos sectores, de que un matrimonio homosexual "pegue" (ejem) su condición a su hijo. La realidad disipa cualquier duda al respecto: estadísticamente, en las familias homoparentales que ya hay, la incidencia de homosexualidad en los hijos no aumenta respecto a las demás familias. Y sobre todo: la abrumadora mayoría de personas LGTB del mundo han nacido en el seno de una familia heterosexual, y eso obviamente no cambió nada.

El problema, el verdadero problema, es que ser padre en el sentido filosófico y no en el biológico, es algo complejo, delicado, difícil, que implica una enorme responsabilidad y para lo que no todo el mundo vale. La naturaleza, como con tantas otras cosas, no siempre es "sabia", y no asocia un gen de la esterilidad a los futuros maltratadores, a los futuros padres crueles y despóticos, a los demasiado controladores o demasiado permisivos, a los psicópatas que destuirán la vida de sus hijos de mil maneras distintas. ¿Alguna ley del mundo, legal, natural o divina, evitará que alguien así pueda ser padre?