domingo, 7 de febrero de 2016

Carol (2015): lo universal y lo específico

Este fin de semana se estrenó en España Carol, una hermosa película de temática lésbica. Como es habitual, su estreno ha venido arropado de toda una serie de entrevistas promocionales por parte de sus actrices principales, donde explican cómo se metieron en la piel de sus personajes, su relación con el director; en fin, todo ese tipo de cosas. Normalmente cuando hablo de una película en este blog explico por qué vale la pena verla, o quizás qué elementos interesantes tiene de temática LGBT, ya sean explícitos o sugeridos. Sin embargo en esta ocasión voy a hacer algo un poco distinto, y voy a centrarme más bien en lo que ha comentado Cate Blanchett en esas entrevistas. Y no es que no merezca la pena hablar de la peli en sí misma: quizás ya hayas leído acerca de las espectaculares interpretaciones, de la química entre sus protagonistas, de la cuidada fotografía y del fantástico guión; es todo cierto, así que no voy a repetirlo yo otra vez.

La cuestión es que, en las entrevistas promocionales que mencionaba, Cate Blanchett está haciendo bastante hincapié en que lo más importante de esta historia es que trata del surgimiento del amor entre dos personas, y que lo de menos es si se trata de dos chicas o de un chico y una chica, ya que la experiencia de enamorarse es algo universal. Y aquí, aunque admire las increíbles dotes interpretativas de Blanchett y me parezca una persona muy razonable (en todo caso desde luego es consciente de que el director, Todd Haynes, está muy involucrado con la causa LGBT en su cine), tengo que decir que discrepo con ella.

Y pensar que no nos han nominado a mejor pelicula, Therese

¿Estoy diciendo que la experiencia de enamorarte de alguien no la vive igual una persona heterosexual que otra no heterosexual? No, me refiero a eso. La película, entre sus virtudes, tiene la capacidad de evocar claramente esa sensación que cualquiera puede haber sentido alguna vez de que aparezca esa persona y de repente todo cambie y hasta el tiempo parezca transcurrir de otra manera. En este sentido es inolvidable la escena en que Carol y Therese viajan juntas en coche, y de pronto las luces comienzan a reflejarse en los cristales mientras la narración se frena suavemente y adquiere un tono de ensoñación, en una hermosa metáfora visual sobre la misma sensación de estar enamorándose.  Cualquiera, sea hombre o mujer y sea cual sea su orientación sexual, puede sentir perfectamente lo que está pasando en esos instantes.

Sin embargo, pese a su belleza formal y esta cualidad ensoñadora que la impregna, la película está firmemente enraizada en el mundo real de los años 50, y por tanto no nos esconde los problemas reales a los que una pareja de dos chicas tiene que enfrentarse. Problemas que son específicos del colectivo LGTB y que por tanto no son una experiencia universal.

En el contexto de la película, Carol se ve enfrentada a su marido en una batalla legal por la custodia de su hija. Su marido ya ha descubierto la atracción por las mujeres de su esposa, y no duda en emplearlo como arma legal. Evidentemente se trataba de los años 50, y una "conducta inmoral" así era inaceptable. Por otro lado Carol y Therese se ven constantemente obligadas a ocultar la naturaleza de su relación, la cual nunca podrán formalizar, dormir en camas separadas cuando van a hoteles y básicamente mirar de reojo cada vez que tienen un momento íntimo no sea que alguien las pille. Ninguna persona heterosexual del mundo se enfrenta nunca a estas situaciones.

No me mires así, que sabes a lo que me refiero

En nuestra época, y en determinados países, buena parte de esos problemas se han superado, y ya nadie puede usar la orientación sexual como argumento legal contra nadie, ni hay obstáculos para que las parejas del mismo sexo se casen y tengan todos los beneficios legales del matrimonio. Sin embargo, hasta cierto punto, las situaciones que plantea la película, y otras similares, siguen vigentes en cualquier parte del mundo, incluso la más progresista. Quizás, si eres gay o lesbiana, alguna vez en el transporte público has tenido que fingir que tú y tu pareja eran solo amigos, a causa de la presencia inquietante de gente claramente homófoba. Mientras, a tu lado, una pareja de adolescentes heterosexuales se morrea como si no hubiera un mañana, sin ninguna preocupación en el mundo. Es posible que en tu trabajo hayas tenido que sonreír forzadamente ante un chiste homofóbico contado por tu jefe, o al menos poner cara de póquer. Quizás hayas tenido que medir tus palabras cuando algún adorable ancianito/a te haya preguntado si estás casado, y con quién, y que por qué no tienes hijos. Quizá simplemente alguna vez (o cientos de veces) has revelado tu orientación a alguien, y entonces esa persona te ha preguntado que qué opinan tus padres, que a qué edad lo supiste, que si estás seguro y has probado alguna vez con alguien del sexo contrario (¡pregunta interesante y de doble filo donde las haya!), y luego añadirán, con toda la buena intención del mundo, que a ellos les parece perfecto y que hay que ser abierto. Pequeños diálogos que te llenan de vergüenza ajena y que las personas heterosexuales nunca se ven obligadas a experimentar. Y obviamente, si nos salimos del ámbito de los países del primer mundo, las cosa puede llegar a ponerse mucho peor, mil veces peor que lo que esta película muestra.

Por todo ello, creo que, aún sabiendo que la intención de Blanchett al decir esas palabras era buena, me parece muy importante no dejar de lado el contenido político y diferenciador de esta película, no tratar de neutralizarla y hacer ver que lo que cuenta es completamente universal. No lo es y no debe serlo, porque la situación que describe tiene características específicas que solo experimentan las personas del mundo LGBT, y si queremos hacerles justicia, no podemos dejar eso de lado. Entiendo que está bien tratar de llegar al mayor público posible, pero igual que es importante allanarle el terreno a la gente ajena a este mundo, también es importante pedirles un esfuerzo y que traten de empatizar con personajes cuyas experiencias no son completamente iguales a las suyas.

La tesis de que todos somos exactamente iguales y que la orientación no importa está muy bien como concepto, como punto de partida y como punto final al que aspirar, pero no la podemos tomar como una verdad absoluta. Porque la realidad tangible y observable es que la vida no es la misma para una persona heterosexual que para una que no lo es, y en consecuencia el amor y todo lo que lo rodea tampoco se vive de la misma manera.