sábado, 29 de diciembre de 2012

De óxido y hueso (2012)

Director: Jacques Audiard
Guionista: Jacques Audiard, Thomas Bidegain
La frase: "Claro que encajas aquí".

Cuando una actriz es tan guapa como Marion Cotillard, tiene su mérito hacer una película como esta, en la que prescinde casi totalmente del maquillaje y, para más inri, a los pocos minutos del metraje la protagonista sufre un accidente que la deja recluida en una silla de ruedas, con sus dos piernas cercenadas a la altura de los muslos... Y el director no tiene ningún reparo en mostrarlas constantemente a lo largo de la película, junto a la sangre, el sudor y las lágrimas de sus protagonistas.

El argumento es bastante sencillo: inesperadamente, Ali, un joven rudo y de pocas palabras, se tiene que hacer cargo de Sam, su hijo de seis años. En seguida se hace evidente que Ali no está en absoluto preparado para ser padre, sobreviviendo a salto de mata y alimentando a su hijo como puede, hasta que recala en casa de su hermana (uno de los héroes en la sombra de la película) y su cuñado, que ofrecen al niño y al propio Ali la estabilidad y el techo que por sí solo no puede conseguir. En su recién estrenado trabajo de portero de discoteca conoce a Stephane, una chica de carácter fuerte que trabaja en un parque acuático de orcas. Su primer contacto ya marca claramente sus personalidades: Ali es franco, irreflexivo y de pocas palabras, y Stephane es muy independiente y directa, y le gusta ser observada. Poco después Stephane sufre el accidente que pone en marcha de verdad la trama, y en una decisión sorprendente, la primera persona en quien decide apoyarse, literal y metafóricamente, es en Ali, a quien apenas conoce...

Y poco a poco se entiende por qué: al poco de conocerlo, Stephane se ha dado cuenta de que Ali es el tipo de persona que no va a mirarla con compasión ni va a darle discursos: en lugar de eso la lleva de paseo, a la playa (y aquí la película, a través de la fotografía, introduce uno de sus motivos recurrentes: la luz, impregnándolo todo y colándose en forma de rayos de sol que caen por las esquinas cuando los dos están juntos, como en el mismo cartel). Allí ella vuelve a entrar en contacto con el agua, y una vez dentro ya no importa estar mutilada: se puede nadar sin pies. Al terminar, Ali la saca cargándola a sus espaldas sin aparente esfuerzo, como fortachón que es. Ali lo resuelve todo usando su fuerza física.

A lo largo de la película los personajes, a través de su contacto mutuo (y tienen mucho "contacto": se trata de una película muy física, llena de primeros planos del cuerpo), van evolucionando de forma gradual y sutil. El recorrido de Ali es particularmente tortuoso y en varios momentos no se gana en absoluto la simpatía del espectador, con sus formas amorales de ganar dinero y su incapacidad para cuidar de su hijo Sam.

Desde el punto de vista de los roles de género, la película plantea en principio dos arquetipos bastante clásicos, para a continuación hincar más a fondo el diente y revelarnos dos personajes más complicados de lo que parecía. Ali es el guerrero: es brutal, se abre camino a golpes, no piensa, apenas hace preguntas, no sabe cuidar a su hijo y sólo sabe solucionar las cosas con fuerza bruta. Stephane es la princesa rebelde, y es presumida y le gusta seducir, por lo que cuando su figura se ve destrozada por el accidente sufre un golpe emocional terrible (aunque desde luego lo sería para cualquiera). A lo largo del metraje, sin embargo, ella poco a poco vuelve a abrazar la vida, y en la que es quizás mi escena favorita de la película, recobra la fuerza de carácter que siempre la ha caracterizado: Ali, que se ha metido en el submundo de las peleas callejeras ilegales, está recibiedo una tremenda paliza. Ella tiene que esperar en el coche, porque como le dice el "mánager", nada de chicas aquí.

 La cámara se pone a ras de suelo, y empieza una secuencia a cámara lenta: él, tirado por tierra, la cara llena de sangre y sudor. Casi fuera de campo, la puerta del coche se empieza a abrir, y allí se plantan los pies electrónicos de Stephane y su muleta. Con lentitud pero seguridad, y una elegancia de movimientos que contradice su minusvalía, se adentra poco a poco entre esa maraña de hombres, mirándole fijamente. Y entonces él se pone de nuevo en pie y gana el combate.

Y a continuación, cuando por determinadas circunstancias el mánager de Ali tiene que marcharse temporalmente fuera de la ciudad, cede su puesto a Stephane, y le asegura que sí, ella es perfectamete capaz de manejarse en ese mundo de bestias. Comienza entonces una época triunfal para ambos. La verdad es que toda esta subtrama del mundo de las peleas me parece una muestra más de la irresponsabilidad de Ali, que ya gana dinero de otras maneras (tanto o más turbias) y podría dejar huérfano de padre a su hijo, pero sólo por este momento de superación personal que tanto él como ella experimentan, vale la pena toda la sordidez que lo rodea.

Finalmente la princesa demuestra ser más que una cara bonita, y el guerrero, una vez más a través de la fuerza física (en la impactante secuencia del hielo, y las consecuencias físicas y simbólicas que dejan en Ali), descubre que también dentro de él hay fragilidad, y que también necesita a alguien a su lado. En fin, una película llena de belleza y también de aristas, que se acaba ganando al espectador pese a su dureza, y que posee bastante más esperanza dentro que aquella otra película de 2005 del mismo director con la que comparte bastantes puntos, De latir mi corazón se ha parado.

Antes de acabar, una mención especial para el personaje de Anna, la hermana de Ali, uno de los héroes en la sombra de la película. En ocasiones, en los márgenes de las obras de ficción aparecen personajes como este, que nunca reciben la luz del foco, que no son encarnados por actores tan guapos como los de los roles principales, que no tienen voces bonitas ni grandes momentos épicos con música triunfal de fondo. Y sin embargo, sin grandes alardes, ahí está ella para acoger a su hermano y su sobrino, para darles un techo y comida, para buscarle un colegio a Sam y un trabajo a su padre, y este, el muy descerebrado, no sólo no le dedica un mísero momento a agradecerle todo esto, sino que encima consigue indirectamente (pero no muy indirectamente) que la echen de su trabajo. El mismo director no prestó mucha atención a la pobre Anna, así que este párrafo va dedicado a ella, y a todas las Annas del mundo real.