Recientemente, saltaba la polémica: los jueces y la presentadora de Master Chef iban a presentar el pregón del Orgullo Gay de Madrid de 2016. Se montó un enorme revuelo, y finalmente la idea fue desechada. El argumento, evidentemente, era que estas cuatro personas no tenían absolutamente nada que ver con la lucha por los derechos LGBT. Nada a favor, nada en contra: ponerles a ellos de mascarón de proa era arbitrario a más no poder. El propio Pepe estuvo de acuerdo.
Sin embargo, la idea original dice mucho sobre las circunstancias que rodean la celebración del Orgullo, y eso no es tan fácil de cambiar como sustituir a un presentador.
Recientemente asistí por primera vez a la manifestación del Orgullo Crítico, y la experiencia fue breve pero esclarecedora. Era una sensación rara: ninguna música de fondo, a excepción de una batucada que sonaba a ratos. Un montón de gente con banderas y pancartas (muchas banderas, de muchos tipos, y muchas pancartas, con mucho texto algunas). Ausencia total de publicidad de ningún tipo. Ausencia total de cámaras de televisión (que yo viera, al menos). Personas con un aspecto nada frecuente en el ambiente: camisetas de grupos heavies, barbas sin perfilar perfectamente, mucha ropa encima del cuerpo, muy pocos torsos al descubierto; muy pocas tabletas de chocolate y pectorales. Nadie descubre la pólvora si digo que el espectro de la gente LGBT incluye a gente de todo tipo, pero siendo justos, lo que se puede ver en la cabalgata "oficial" tiende a ser bastante menos heterogéneo. Uno podría haber pensado que gente como esta simplemente no existía bajo el paraguas arcoiris.
Foto: S.D. para Cuartopoder.es |
El Orgullo oficial, seamos sinceros, es un mastodonte que proporciona un pastón a un montón de gente: cualquier tienda de ropa, restaurante, hamburguesería, etc., cuelga unas cuantas guirnaldas de colorines y se dedica a repartir pulseras, silbatos y los imprescindibles abanicos de cartón, y así durante unos días ven animarse sus ingresos con el dinero de un montón de gente de todas partes del mundo. En una ocasión ya hablé de esto, y por el lado positivo, quise decir que, finalmente, la rentabilidad es también una manera de abrir mentes y cambiar el mundo. Quizás el empresario más homófobo del mundo puede empezar a abrir sus miras ligeramente al ver el potencial bisnazo que tiene a su alcance sólo con teñir de arcoiris sus cajas de tabaco durante dos semanas. Y este primer paso motivado por la codicia puede seguidamente dar paso a una cambio de pensamiento más profundo, y al final un día, sin darse cuenta, habrá acabado entendiendo que oye, los mariquitas al final también son personas. Pero, consecuencias positivas o no, esto no deja de ser una pequeña prostitución de la idea original que tenían ese grupo de personas del Stonewall cuando decidieron decir basta y salir a quejarse.
No, su idea no era conseguir Doritos lilas |
La elección de los jueces de Master Chef como presentadores del pregón, aunque finalmente no haya fructificado, es la consecuencia natural de este proceso de comercialización. El tren de pensamiento es evidente: ¿qué queremos? Que venga mucha gente de todo tipo. ¿Para qué? Para que dejen mucho dinero. ¿Cómo lo hacemos? Poniendo en el cartel a quien sea que esté de moda. Otros años se ha combinado un cierto grado de popularidad con otro de relevancia para la causa; el asunto es que este año se les fue la mano con el primer ingrediente y el plato quedó desvirtuado.
Para acabar, una cosa quiero dejar clara: el Orgullo oficial es un monstruo de muchas cabezas, y aún con todo, finalmente creo que su impacto es completamente positivo. Es una fiesta comercializada, sí, pero una fiesta en la que lo que se festeja es la libertad, y aunque el 90% sea diversión, también están ahí las charlas, los talleres, las muestras de cine, los discursos. Divertirse por otro lado no tiene nada de malo, sino todo lo contrario; y es pefectamente posible mezclar de manera indisoluble la fiesta con la reivindocación; porque en sí misma la fiesta es una manera de reivindicación.
Y si algo sabemos todos es que dentro de cada gran fiesta hay miles de pequeñas fiestas individuales y colectivas: relaciones nuevas que surgirán y otras que terminarán, experiencias que te cambiarán, conversaciones que te harán reír y también pensar, pequeñas epifanías personales de mucha gente que quizá nunca antes pudo experimentar la libertad real, y todo eso, aunque sea a un nivel emocional, finalmente no te lo puede vender nadie.