Dirección y guión: Haifaa Al Mansour
La frase: "Cuando tenga una bicleta te alcanzaré".
Cuando tienes la maquinaria de Hollywood detrás apoyándote para filmar uno de los candidatos a blockbuster del verano, sólo hay una cosa para tener en cuenta del resultado final: ¿es buena? ¿Entretiene? ¿Está bien hecha? Y no hay más.
Sin embargo, en otras ocasiones el rasero que se emplea para valorar una película no puede ser tan simple. Y este es un ejemplo perfecto. La bicicleta verde, la película, más allá de su calidad cinematográfica, es valiosa por el mero hecho de existir. Es un milagro en sí misma.
Es la primera película realizada por una mujer en Arabia Saudí, uno de los países más machistas del mundo.
No hay más que leer el planteamiento de la película para entender con qué clase de sociedad tratamos: se trata de Wadja, una niña alegre, burlona y de fuerte carácter que trata por todos los medios de conseguir una bicicleta, y cómo las figuras de autoridad de su entorno se horrorizan ante la idea y tratan de quitársela de la cabeza. ¿Os imagináis este planteamiento ambientado en Francia, o en Australia? No, porque simplemente no habría película.
Aunque la directora en una entrevista explica que la historia está basada en su propia experiencia de niña, cuando tuvo la suerte de nacer en una familia que le permitió un grado de libertad muy superior al de sus amigas y compañeras (entre otras cosas le compraron la famosa bici), la bicicleta en sí misma funciona como una potente metáfora con varios niveles de lectura. A nivel físico, en la película nadie lo dice en voz alta, pero se insinúa claramente que uno de los grandes miedos que tiene la madre de Wadja es que por culpa de la bici Wadja rasgue su himen, ese tejido que sólo puede ser traspasado por un hipotético marido. Una mujer soltera con el himen roto: uno de los tabúes más terribles en esa sociedad.
Pero la bicicleta evidentemente significa más cosas: significa la posibilidad de retar a Abdullah, el amigo de Wadja, a una carrera, y quizás ganarle. Significa jugar en igualdad de condiciones y tener la posibilidad de ir a sitios, de hacer cosas. Significa la posibilidad de avanzar.
Dentro del cúmulo de milagros que encierra la película, uno de los más importantes es la pequeña actriz Waad Mohammed, que encarna a Wadja con descaro, frescura y atrevimiento. Sí, Wadja es una respondona, una rebelde que constantemente pone a prueba los límites de la norma, en ocasiones es incluso prepotente; pero es que sólo una persona así podría tener el valor de enfrentarse a toda la sociedad y llevar hasta al final un deseo tan polémico. Ya os podéis imaginar que pocos padres estaban dispuestos a llevar a sus hijas a un cásting para un personaje semejante. Como detalle curioso, las zapatillas de lona tipo All Star que lleva Wadja durante la película y que son una más de sus señas de identidad, fueron inspiradas por la propia actriz, que se presentó con ellas al cásting.
Paralelamente a la trama de Wadja, en principio más inocente aunque como digo muy cargada de significado, transcurre la historia de su madre, que trata de recuperar a su marido y padre de la niña, mientras ella carga con el peso de criar sola a una niña así (y queda claro que aunque se muestre severa y trate de frenar sus ansias de libertad, todo lo hace con la intención de no ver a su hija sufrir por convertirse en un paria de una sociedad como la que les rodea). Finalmente sus aspiraciones acaban siendo destruidas, y se resigna a la idea de que, en adelante, van a ser ellas dos solas frente al mundo.
Como decía al principio, una película como esta no se puede medir sólo con el rasero de la calidad cinematográfica. Sí, está bien rodada, sí, tiene unas buenas actuaciones, sí, tiene un guión sólido aunque a ratos pueda hacerse lento. Pero por encima de todo ello existe, ha podido ser filmada y traída al mundo. Esto no es sólo una película: es un peldaño más que hemos superado.